Por Karen Enid Rivera López
Estuve toda mi vida enamorado de una mujer que constantemente me desgarraba el corazón. La conocí cuando tenía 10 años. Era hermosa. De tez blanca, con ojos marrones muy cautivadores y su pelo castaño claro, que adoraba. Tenía una sonrisa perfecta. Ella era sencillamente, digna de admirar.
Su padre me buscaba todos los sábados para ayudarlo con tareas de hombres en la
casa. Amaba verla salir con su cabellera mojada. Era tan simple y bella. Con el tiempo, mientras crecía, me daba cuenta de que lo que sentía era real. Pero no lo quería aceptar.
Teníamos una relación tan bonita que realmente no quería dañar. Entonces me alejé.
Tanto que no volví a saber de ella. Hasta ayer.
Cuando la vi de nuevo, después de tanto tiempo, me sentí como la primera vez.
Quedé estupefacto. Mi mente reaccionó pero mi cuerpo no. Sentí esa sensación de ansiedad y tranquilidad al mismo tiempo. Tenía ganas de hablarle, de abrazarla. Se veía tan hermosa como la última vez. Al parecer no me reconoció. Pero me devolvió su duda con una sonrisa. Con mi enorme cuerpo aun varado en el mismo lugar, sonreí. Estaba totalmente entumecido. Ella continuó su camino mientras yo observaba como desaparecía a lo lejos.
Tres minutos después desperté de mi trance y comencé a asimilar lo que había visto. ‘¿Será verdad?’, me preguntaba. ¡No podía creerlo! Había pasado tanto tiempo.
Decidí entonces ir el próximo día para ver si tenía la oportunidad de verla otra vez. Por desgracia para mis nervios, allí estaba ella. Tan radiante como un rayo de sol que te despierta en la mañana con su calor. Esta vez logré acercarme. Tímidamente saludé.
‘Hola’, le dije un tanto nervioso. ‘¿Te conozco?’, preguntó. ‘Soy yo. El que iba a tu casa a ayudar a tu padre. ¿Recuerdas?’, dije emocionado. Ella me observó y contestó, ‘No. No recuerdo’. Yo decepcionado me di la vuelta y tan pronto iba a comenzar mi caminata me detuvo. Oí una voz angelical que me dijo: ‘¿Eres tu Luis?’. Cuando voltee a ver, se había ido. No había nadie. Sentí como si todo se hubiese esfumado. Me rasqué la cabeza y confuso continué mi camino.
Pero no me rendí. Pensé: ‘¿Será que me estoy volviendo loco de amor?’. Esa noche no logré pegar ojo. Al día siguiente, ya sin fuerzas intenté levantarme. Pero mi esfuerzo fue en vano. Me quedé en mi cama hasta que cogí el sueño. Mientras dormía sentía unas cálidas caricias en mi cabeza y podía sentir cómo me arropaban cariñosamente. Cuando abrí los ojos, era ella. Su mirada era tan tierna y llena de amor.
Me levanté y se me acercó. Pude sentir su respiración en mis labios. Y me besó lenta y apasionadamente. Era una experiencia fuera de lo normal. Me involucré besándola y cuando abrí los ojos, nuevamente todo se había esfumado. Ahora sí estaba loco.
Comenzaba a enojarme. No sabía si era un sueño, una ilusión óptica o si todo era producto de mi imaginación. Así estuve por tres semanas corridas. Soñaba, o pensaba.
Aún no estaba seguro. Pero se sentía bien. A pesar de todo, parecía tan real. Pasaron los meses, y ella andaba desaparecida como por arte de magia. No la veía, no la sentía, ni siquiera la escuchaba. Me abandoné. Dejé de comer y comencé a alucinar. Veía cosas tan maravillosas pero al mismo tiempo horribles. Mejor es que no sepan detalles. Pero en el fondo, no me rendí. Quería encontrarla y tenerla para mí.
Los días pasaban muy lentamente. Mientras acababan yo caía en un hueco muy oscuro y cada vez más profundo. Llegó un momento en el que ni yo mismo me soportaba. Sólo quería estar con ella o me quitaría la vida. Era la única mujer en mi corazón. Mi razón de vivir.
Después de tanto tiempo, tomé la sabia decisión de bañarme, afeitarme y comer algo. Sinceramente no recordaba cuándo había sido la última vez que realicé todas esas cosas.
Era demasiado. A veces me resignaba, otras veces me decía que volvería a encontrarla. Entre pensamiento y pensamiento me quedé dormido. O por lo menos eso creo. Ya no sabía distinguir un sueño de la realidad. De verdad no recuerdo cuánto tiempo estuve en ese horrible estado. Si era que estaba durmiendo.
Al poco rato, sentí una brisa juguetona rozando mis mejillas. No sabía dónde estaba. Sólo de algo estaba seguro, no era mi casa. Desperté en una hermosa y solitaria playa. Estuve unos minutos contemplando su belleza. Hasta que la vi. Caminaba hacia mí con un sencillo y hermoso traje color blanco perlado. Su cabello se movía al ritmo de la brisa y su sonrisa deslumbraba más que el sol de mediodía. Rápidamente mi mirada fue atraída. Se acercaba lentamente. Como siempre, no supe qué hacer. Sólo esperé. Hasta que finalmente, llegó. Me dio un abrazo muy tierno y me besó en la mejilla. Hubo unos segundos de contacto visual. Hasta que frente a mis ojos, tan pronto le iba a empezar a hablar, desapareció. Sin decir nada. No dejó ni rastro ni huella. Se había ido. En ese mismo instante comprendí que mi locura era inevitable. Logré cerrar mis ojos fuertemente. Cuando los abrí, ya estaba en casa. En pura paz y tranquilidad. Entonces, ya no sabía si era yo o ella el problema. Pero aun así, se sentía muy bien.
Sin tener fuerzas para dar ni un solo paso, me levanté. Algo agotado me dirigí hacia el baño y enjuagué mi cara. Estuve un rato mirándome al espejo. Solo para ver si por obra y gracia del espíritu santo o de mi cabezota, ella aparecía. Ya detestaba este estado aunque amaba verla. Todo me parecía muy confuso. Quería verla pero no de esa manera. En ese mismo instante, cuando decido irme a acostar nuevamente, me percato que hay alguien en mi cama. Alguien. ¿Quién? No lo se. Pero me tome el atrevimiento de acostarme y esperar.
De repente siento unas cosquillas a lo largo de toda mi espina dorsal. Tan rico que se sintió. La piel se me erizó. No quería descubrir nada raro en mi casa. Luego, me voltee. Estaba ella acostada en mi cama, a mi lado. Tan cerca que podía escuchar los latidos de su corazón retumbando en mis oídos. Al verla ahí, tan cerca y tan hermosa como siempre, no me pude contener. Esa tarde, la hice mía. Fue la mejor experiencia que haya vivido hasta el momento. Al culminar con toda la actividad sexual, le susurré, ‘Te Amo’. En un instante desapareció.
Esta situación me tenía fuera de control. Buscaba ayuda, pero pensaban que estaba loco. Perdí mi empleo, mis amigos y casi todo lo que tenía por ella. ¿Acaso ella no se daba cuenta de lo que estaba haciendo? Por lo visto, no. Entonces decidí huir. Me mudé al bosque. Lugar que adoraba de niño pero no frecuentaba mucho debido a que mi madre lo odiaba. Pero mi padre acostumbraba a llevarnos a mi hermana y a mí a escondidas para aprender y ver cómo era su trabajo, su pasión. Al llegar, lo primero que hice fue, cambiarme y caminar hasta el río. Cuando llegué, no lo pensé dos veces, me lancé. Era lo más relajante que podías hacer en un momento como ese. Nadé un buen rato y permanecí en el agua hasta que me sentí en paz. Entonces, salí. Me sequé y entré a la vieja cabaña. Una que mi abuelo había construido antes de morir para eso mismo. En caso de emergencia.
Estuve varios días sin verla. En realidad no pensaba mucho en eso. Fui a despejarme. Pero aun existía la duda en mi corazón. ¿Era real o no? Me lo había preguntado muchas veces pero no lo había analizado. Entonces decidí hacer un pequeño experimento aunque fatulo pero lo hice.
Me dije: ‘Si esto es real cuando decida soñar con ella, no aparecerá. Pero si aparece, me daré cuenta de que todo esta en mi coco’. Muy satisfecho, pero no muy seguro, lo intenté. Me puse, como dicen, a soñar despierto. Pensé en muchas cosas.
Momentos que pasé con ella, mi infancia, cada vez que la veía. De repente, apareció.
Sentada, tan hermosa como siempre, a mi lado. ¿Cómo? Ni me preguntes. Pero me di cuenta de que todo lo que había pasado era mi imaginación. Como me dice mi abuelo,
‘Deja que vuele tu imaginación y verás’. Definitivamente estaba loco. Loquísimo.
Me detuve. Ese día prometí que iba a hacer todo lo posible por no pensar en ella.
Así dejaría de aparecer. No quería seguir viviendo una ilusión. La amaba, pero estaba llegando a la conclusión de que ella no era real. Y así fue. Lo intenté por una semana y funcionó. Al octavo día, despierto en la sala. Muy raro. Recuerdo haberme acostado en mi cama, en mi cuarto. ¿Qué? ¿Ahora era sonámbulo? No lo podía creer. Todo esto era un revolú. Pero continué con mi día como si no hubiera pasado nada.
Entonces dejé de pensar en ella por varios días mas. Me sentía mejor. Mientras pasaban los días, menos falta me hacía. Buscaba la manera de despejarme y lograba pensar en otras cosas. Era interesante todo lo que pasaba por mi mente. Una constante batalla de pensamientos y sentimientos. Pero siempre intentaba reemplazar un pensamiento sobre ella con una emoción más fuerte. Poco a poco, utilizando esta técnica, lograba sacarla de mi mente.
Un día mientras caminaba por el bosque, encontré una pequeña cueva. No recuerdo haberla visitado antes. Me tomé el atrevimiento de entrar para averiguar su contenido. Siempre me han atraído las aventuras. Entré sin titubear. Tenía un aspecto raro y un olor muy peculiar. Pero no me detuve. Continué mi camino hasta que logré ver a lo lejos algo que parecía una persona. Lentamente me acerqué. Sólo para estar seguro si era real, lo toqué. Con un poco de asco y nervios al mismo tiempo. No sabía que rayos era.
Entonces, la cosa se volteó y me miró fijamente a los ojos. Cuando me percaté, era un anciano. Tenía una larga barba color gris y estaba calvo. Mirándolo bien, se parecía un poco a mi abuelo. Se veía delgadísimo. Y yo pensando que era el único que no comía. Lo saludé con cautela y me devolvió el saludo con algo parecido a una sonrisa. No tenía dientes. Me preguntaba si hablaba. Pero antes de que pudiera terminar mi pensamiento, gritó: ‘¡Ah! Por fin alguien se preocupa por mi’. Intenté quedarme serio. No quería burlarme. Pero no me pude contener y solté a carcajadas. El anciano me miró seriamente y me disculpé. Yo me presenté y le pregunté su nombre, pero me dijo que no lo recordaba. Me preguntaba si alguna vez había salido de esa cueva. En ese mismo instante, me di la vuelta y salí de allí sin que se percatara. Lo dejé hablando solo.
Al día siguiente, me levanté tarde. Hice algunos quehaceres y luego me cambié.
Sin saber la hora, me dirigí hacia la cueva. Ya allí, me esperaba el anciano con una fogata media improvisada. Me invitó a sentarme y me ofreció té. Acepté, pues hacía frío. Me dijo que esa noche iba a ser una muy especial. La llamó ‘Confesiones’. Me explicó que solo era como un juego en el cual decías cosas que recientemente te habían sucedido o habías hecho. Me agradó la idea. Hace mucho tiempo que no me sentaba a hablar con alguien. Comencé yo. Le conté todo lo que me había pasado en los últimos meses. Y el respondió a todo esto muy seriamente. Como si ya supiera algo sobre lo que le había contado. Entonces, el anciano comenzó su historia.
Finalmente, me explicó que en su juventud le había pasado algo similar y esa fue la razón de su alejamiento. Yo le pregunté qué estaba pasando conmigo. Me contestó que había una gran posibilidad de que la mujer que amaba fuera un fantasma. Como siempre, quedé sin palabras y creo que hasta sin aliento. Pero sonaba algo lógico. Por último me preguntó si había conocido a mi padre. Le expliqué que se fue de la casa y nunca mas supo de el. Yo abiertamente le pregunté sobre su familia, si tenía alguna. El anciano bajó la cabeza y le dijo tristemente: ‘Ayer me dijiste que tenía un gran parecido a tu abuelo’. Le contesté sin dudar. ‘Así lo es’. El anciano me dijo: ‘Esa cabaña donde vienes a despejarte, la construimos tu abuelo y yo’. Quedé muy confundido. Hasta que caí en tiempo. El era mi padre.
Después de una larga conversación, nos despedimos. Ya ni recuerdo muy bien cómo sucedió. Simplemente, todo se había borrado. No recuerdo nada de lo que pasó. Sólo, esta historia.
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