01 octubre 2009

Carriles


Por Maricarmen Vélez Crespo

Ahí estaba. A una distancia de aproximadamente setenta a ochenta pies sobre la tierra, muerta de miedo, sentada boca abajo. Amarrada a un cinturón que sentía que se soltaba por cada minuto que llevaba ahí trepada. Mis pies colgaban de la silla y los sentía cada vez más fríos mientras mis sandalias se resbalaban. Intentaba pegar mi cabeza al asiento pero la presión era demasiada y se me hacía imposible. Mis gafas se cayeron. Mis pies ya se encontraban desnudos y el brazalete que me regaló mi mejor amiga también se había resbalado, pero éste de mi mano por el sudor reaccionando al miedo. No grito porque sé que saben que estoy trepada ahí arriba y alguien tiene que venir a rescatarme. Rescatarnos, mejor dicho. No soy la única que corre peligro. El señor que está a mi lado aparenta ser de treinta a treinta y cinco años. Lo veo tembloroso.

Escucho gente gritando y aplaudiendo desde el suelo. No quiero pensar que creen que esto es un espectáculo y que nos pagan por morirnos de miedo. Repentinamente explota mi tímpano al escuchar a mi vecino gritar como una niña de primero a quien le han quitado el famoso dulce. Su cinturón se ha soltado por completo y ahora está colgando de la silla, sosteniéndose con las manos a los brazos de su asiento, ahora desocupado. Sus manos están sudadas como las mías. La diferencia es que yo no estoy sosteniendo mi vida con ellas, él sí. Escucho el breve silencio desde las personas que están sanas y salvas allá abajo cuando luego de dos segundos contados comienzan a suspirar y a gritar.

Entro en pánico. Ahora comienzo a gritar también. Mi cinturón se va soltando lentamente. Inmediatamente que siento se va aflojando, intento secar mis manos para que no estén tan sudadas cuando me toque a mí agarrar los brazos de mi silla. Estoy preparada para luchar por mi vida, pero no para morir. Escucho cómo mi vecino para de gritar. Lo miro y noto con gran sorpresa que se encuentra tranquilo. Le pregunto su nombre, sólo por saber. "Soy Roberto, jovencita y sé que tienes una gran vida por vivir," y ahí es cuando se me cae el corazón. Veo cómo Roberto se suelta de los brazos de su silla y se deja caer. Noto que al caer, junta sus manos y cierra sus ojos como si rezara. Comienzo a llorar. Pienso en mis padres, mis hermanas y mis amigos y me pregunto si saben que estoy a segundos de la muerte. Se suelta mi cinturón; no estaba preparada para sujetarme a los brazos de mi silla y caigo. Caigo y caigo y caigo. Pienso en Roberto y en la razón de su último acto, en la explicación de sus últimas palabras y en por qué fueron dirigidas hacia mí.

Despierto. Estoy acostada. Me siento cómoda y tranquila; en paz. ¿Morí? No. Hasta donde sé, mi madre vive aún y escucho su voz. ¿Estoy viva, entonces? Eso espero.

"Hola, amor, ¿cómo te sientes?" -Me pregunta mi madre, sentándose en mi cama.
Me froto los ojos antes de responder. "Supongo que bien. ¿En dónde estoy?"
"En el hospital, mi niña. Pasamos un gran susto cuando nos llamaron diciéndonos que habías sufrido un accidente. Cuando empezaste a caer, los bomberos y paramédicos acababan de llegar y lograron colocar el atrapa caídas inflable justo a tiempo."

Me siento, agradecida y escucho a mi padre. "Hola, corazón. Nos contaron sobre el señor que se encontraba a tu lado cuando pasó... Dejó una nota para ti."

Me sorprendo. Mi padre extiende su mano con una carta y me la entrega. Comienzo a leer:

Querida compañera de experiencia casi mortal: Casi mortal para ti. Ya que haré un sacrificio propio y espero en Dios que funcione, estoy escribiendo esto ahora mismo mientras colgamos boca abajo, apoyando el papel sobre mi libreta que llevo en el bulto diminuto que siempre cargo. Escribo esto porque quiero saber que mi sacrificio valdrá la pena y a donde sea que vaya después de aquí, me enteraré si esta carta llegó a tus manos. No tengo hijos ni esposa y mis padres murieron hace varios años atrás. Así que me soltaré el cinturón y gritaré para que esos de allá abajo que aplauden cierren la boca y vengan a rescatarte. Luego de esperar un tiempo me soltaré para juntar mis manos y rezarle a Dios por ti, por que vivas y por que siempre recuerdes que agradezco eternamente tu compañía en mis últimos momentos. Dios te bendiga siempre y que tengas una vida larga y feliz después de aquí.

Atenta y cordialmente,
Roberto Carriles

El 23 de marzo de 2003 fue el peor y mejor día de mi vida. Peor porque casi muero y mejor porque sobreviví. Al día siguiente me entero que cerraron todas las montañas rusas de Florida por un día en honor a Roberto Carriles, quien dio su vida por rezar por mí. El le pidió a Dios que me salvara y Dios cumplió. Roberto Carriles dio su vida y cambió la mía.

El enemigo



Por Álvaro Román

Jorge caminaba silenciosamente por el bosque. Aguantaba su pistola en una mano y un mapa en la otra. No era la oscuridad del bosque ni la amenaza del enemigo que lo asustaba, era la respiración de los veintitrés soldados que seguían sus pasos que confiaban que él los llevaría por el camino más seguro. Pero la realidad era que no sabía por dónde llevaba a su escuadrón. Habían caminado por tres días y todavía no encontraban el camino que buscaban; el camino que los guiaría a través de este bosque, el camino que lo guiaría a su hogar.

Después de un largo rato caminando Jorge decidió dejar su orgullo a un lado y admitirle a Pedro, su segundo en comando y su mejor amigo que no sabía dónde estaban. Cuando volteó la cabeza vio la sombra moverse por el camino que acababan de recorrer. Con toda la tranquilidad de un anciano se acercó a Pedro y le dijo lo que había visto; le dio la orden de llevarse a cinco soldados para que encontrara una forma de rodear al enemigo.

Luego de una larga espera Jorge escuchó el movimiento de hojas y vio que Pedro y su equipo estaban en posición. En voz baja les dijo a sus hombres lo que estaba sucediendo y les dijo lo que debían hacer. Poco a poco con el mínimo ruido posible el escuadrón formó una línea y comenzó a moverse hacia el enemigo. Justo antes de que Jorge diera la orden para que sus soldados comenzaran a disparar escuchó un grito en una lengua extranjera; y de la oscuridad del bosque apareció el enemigo.

Un buen baño



Por Marangelí Olán

El 9 de noviembre no fue un día común y corriente. Mi reloj no sonó y me levanté tarde. Apurada entré a la ducha y al abrir la pluma sólo salió aire. Frustrada salí corriendo hacia la escuela. Me quedaban siete minutos para llegar.
Al doblar la esquina tropecé con la Sra. Pérez que paseaba su cocodrilo.
--¡Buenos días Maria! ¿Cuál es el apuro?
--Voy tarde para la escuela, Sra. Pérez.
--Nunca descuides tus estudios, son muy importantes. Mi marido estudió mucho y gracias a eso me pudo regalar a Humberto en nuestro aniversario. ¿No es precioso? - dijo señalando el cocodrilo.
--Sí, hermoso-- le mentí. --¡Adiós!
Corrí hasta llegar a la escuela. Las puertas ya estaban cerradas.
De repente un chorro de agua cayó sobre mí. Cogí la barra de jabón y comencé a enjabonar mi cuello.

Destino en mis manos


Por Nelson Rivera

Un mundo oscuro donde no sale el sol, destruido todo lo que había alrededor y con pocas señales de vida. Esto era lo que veía cuando desperté en el piso. Creía que todo esto no podía ser realidad y que solo era mi imaginación.

Estuve varias horas caminando por las ruinas en busca de señales de vida, pero no encontraba nada. Cuando estaba a punto de rendirme me apareció de repente una persona.

--¿Quién eres?-- me preguntó apuntando su espada. --¿Cómo que quién soy?-- respondí asustado. --Nunca te he visto por aquí, pero más importante te estarás preguntando qué ocurrió con este mundo-- dijo más calmada. --Así es-- dije con algo de ansiedad.

Justo cuando me comenzó a contestar, de repente apareció una presencia con deseos de eliminarnos. No sé cómo, pero logré esquivar su ataque. --¡Corre!-- me gritó. En ese momento detuvo a su enemigo con su espada, pero lo más increíble era que estaba rodeada de fuego. Logró derrotarlo fácilmente y nos fuimos.

Íbamos hacia el lugar donde se encontraban sus aliados. --Ah, olvidé decirte mi nombre-- dijo sorprendida. --Mi nombre es Ángela-- me dijo con una sonrisa y extendió su mano. Ahora te explicaré qué es lo que ha ocurrido. Debido a las grandes guerras entre las potencias, los ejércitos lograron crear una bomba más poderosa que la atómica y nuclear combinadas. Una vez fue lanzada el resultado fue tan catastrófico que eliminó prácticamente casi todo ser vivo en este planeta. No sé explicarte cómo logré ser de los pocos sobrevivientes. Nosotros éramos un grupo más grande de lo que somos ahora. La separación ocurrió debido a las decisiones de quien tendría el puesto mayor. Cross quería tomar mando, pero la mayoría no lo aprobó ya que tenía una naturaleza maligna. Él, junto con otros, se marchó y juró venganza.

--No puedo creer esto-- dije en voz baja. --¿Cómo obtuviste esa espada rodeada de fuego?-- le pregunté. Estas espadas son normales lo que ves que le rodea es la habilidad que adquirimos por el cambio que hubo en la atmósfera-- me contestó.--Me estás diciendo que yo poseo algo así también-- respondí alterado. --No lo sé, solo tú puedes saberlo- terminó diciéndome.


Cuando llegamos al refugio donde se encontraban los demás había solo una persona para recibirnos. Ángela se detuvo y tenía cara de terror.

--¿Qué tú haces aquí?-- dijo con furia. –¡Oh! ¿Es así como saludas a tu viejo amigo, Cross? Me hieres los sentimientos-- respondió sarcásticamente. ¿Qué has hecho con los demás?-- ella preguntó. --Te refieres a esos cadáveres que se encuentran adentro. Yo fui bien claro, les dije que iba a vengarme-- dijo riéndose histéricamente.

Estaba asustado ante la situación que nos encontramos y más aún sin saber la cara del oponente que estaba cubierto por una máscara.

--Quédate detrás de mí y cuando veas la oportunidad corre lo más lejos posible de aquí-- me dijo Ángela. --No correré, no puedo dejarte sola contra esa bestia-- le dije. Él te matará al igual que hizo con mis amigos, no quiero perderte a ti también-- respondió muy nerviosa. Si me consideras verdaderamente tu amigo, mas razón me da para quedarme para ayudarte-- dije con seriedad.

Cross ya no aguantaba más el diálogo de estos y lanzó el primer ataque. Parecía un rayo cayendo del cielo. Si no es porque me percato del ataque hubiéramos muerto instantáneamente. Ángela, al igual que yo, quedó sorprendida con la manera que pude evitar el ataque que vino a la velocidad de un rayo, pero no fue totalmente un éxito. Ella terminó con una leve quemadura y yo con la rodilla totalmente quemada. Fue un dolor que nunca había sentido. Ángela no podía continuar y me dio su espada diciendo: eres como nosotros, tus poderes son muy parecido a los de él, pero sé que tú triunfarás al final. Después que terminó perdió la consciencia por lo agotada que estaba.

--Terminemos con esto de una vez por todas, Cross-- grité con furia. –Veo que pensamos lo mismo muchacho-- respondió con maldad.

En ese último ataque lo único que se vio fue un gran rayo que se podía ver desde muy lejos. Fui victorioso, pero tuve suerte. Cuando me acerque al cuerpo de Cross le removí su máscara. Lo mas aterrorizante es que cuando vi su rostro vi que era, ¡yo mismo! En ese instante comencé a oír un ruido muy continuo y doloroso. Cuando lo descubrí era mi alarma para ir a la escuela. Lo más curioso es que la rodilla donde sufrí la herida tenía una cicatriz que solo puede ser por una quemadura. Realmente, ¿solo fue un sueño?

El día tan esperado



Por Carolyn Torres


Faltaban dos días para que Adriana cumpliera ocho años. El timbre sonó. Quien tocaba la puerta era su tío Ernesto para pedirle que el próximo día se vistiera con lo mejor que tuviera pues la vendría a buscar para darle su regalo de cumpleaños adelantado porque luego se iría de viaje. La madre de Adriana asintió y la niña esperó el momento muy ansiosa.


Llegó el día tan esperado y su tío pasó a buscarla. La llevó al restaurante Cielo, Mar y Arena. Era un lugar muy hermoso con grandes jardines y flores inimaginables. La niña quedó fascinada con el lugar. Ya dentro del restaurante hablaron de diversos temas hasta llegar al del padre de Adriana. El había muerto en la guerra y la niña acostumbraba contar tristemente como había sucedido.

Ernesto en ese momento tomó mucho valor y le contó que él era su verdadero padre, ella comenzó a llorar y se fueron del lugar. Ernesto la llevó a su casa y se marchó. Al otro día se fue de viaje.

La niña le contó a su madre lo sucedido y ésta trató de defenderse. También trató de defender a Ernesto pero no quiso escuchar. Pasaron los años y la pequeña llamó a su tío pues todavía guardaba su número. Le dijo que entendía todo y que lo quería ver, que por favor volviera a su país. Ernesto emocionado compró rápidamente el pasaje, hizo las maletas y se montó en el avión, pero nunca llegó. La niña quedó esperando en el aeropuerto con la ilusión de perdón y la esperanza de un padre.

Un amor casi de película



Por Mariela Crespo


Nunca pensé enamorarme de esta manera, tan profundamente. No había tenido jamás alguien que me tratara de la forma como él lo hacía. Me llevaba flores casi todos los viernes al colegio y siempre me sorprendía cuando llegaba a visitarme. Era un amor de película, de esos que son, o por lo menos parecen, perfectos. Nos conocimos de la forma más inusual y no pasó mucho tiempo para que nos diéramos cuenta cuanto nos gustábamos.

Luego comenzamos a salir y esos fueron los días más perfectos de mi vida. Me conformaba con verlo al menos un par de horas, y luego venía la espera de días y a veces de semanas, para volverlo a ver. Pero no importaba porque sabía que lo volvería a ver muy pronto y cada encuentro sentía como si fuese el primero. A veces esa es la ventaja de tener un amor de larga distancia, no puedes esperar volver a verlo y cada vez que están juntos es un momento lleno de magia y diferente al anterior.

Una vez escuché que todo lo que empieza, termina en algún momento. Eso no era lo que parecía con él. Estábamos tan enamorados y todo iba tan bien. Pero, no estaba destinado a durar mucho tiempo. Cuando cumplimos nueve meses, no vino a visitarme y desde entonces comenzamos a tener problemas. Rompíamos ahora y volvíamos en tres horas, la verdad era que no podíamos estar peleados ni molestos el uno con el otro. Todavía nos queríamos demasiado, pero poco a poco el amor fue desapareciendo, de él hacia mí, yo todavía lo amaba como nunca.

Mi cuento de hadas terminó un 21 de junio, dos días antes de cumplir nuestros diez meses juntos. Lloré como nunca y no quería salir de mi casa. No comía, no hablaba y hasta afectó mi clase de verano, pues, la pasé con punto de bicicleta ya que no quería estudiar. No hacía nada que no fuera llorar y pensar en él, en porque lo había perdido y qué yo había hecho para merecer esto. Aún hoy lloro cuando lo recuerdo.

Aprendí que no todo dura para siempre, siempre hay un fin para todas las cosas. Pero de todo se aprende y siempre las cosas tienen una solución. Tarde o temprano superaré por completo esto y estaré lista para comenzar de nuevo. Por último, tratar de arreglar una relación es como tratar de arreglar un espejo roto, mejor déjalo así y no te sigas cortando con los vidrios.