Un día cualquiera se convirtió en uno especial cuando, al llegar a la clase de español, notamos que teníamos un visitante. Nos tomó por sorpresa. Pero, por lo menos a mí, me alegró la mañana. En esta ocasión, no hablaríamos de ensayos, reseñas ni acentos y comas mal puestos. ¡Wujuu!
José Enrique Estévez, todos le dicen Che. Su apodo me pareció más interesante que su nombre porque suena como de salsero. Sin embargo, no cabe duda que en belleza el premio se lo lleva su nombre. El individuo es músico y toca diferentes instrumentos musicales, casi todos de percusión. Su pasión por la música es tan grande que nos enseñó a sacar ritmo dando palmadas sobre la mesa de estudio.
Con su simpatía, nos mostró la importancia de la música para él, es su medio de supervivencia. Una de las muchachas revolvió su memoria al hacerle recordar aquellas canciones que escribió en su juventud. Aunque enfatizó que al pasar de los años la opinión hacia sus líricas cambió, sus palabras cantadas sonaban llenas de nostalgia. Sí, nos cantó en vivo y con sentimiento.
Aprendimos que el ritmo musical puede marcar un estilo de recitar poesía. Su entusiasmo fue tan contagioso que, al llegar a mi casa, lo primero que hice fue entrar a la Internet y bajar la canción Delirio cantada en versión de jazz por Claudia Acuña. Esta fue una de las que Che mencionó entre sus favoritas.
Ese día, nuestra clase estuvo llena de son y sorpresas. Una vez más, disfrutamos de un día diferente, lleno de ritmo y conocimiento. Más que aprender, pudimos percibir la pasión que puede causar la música en una persona y los diferentes puntos de vista que puede haber en alguien que la estudia y en quien la escucha.

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